¿Tienes tentaciones?
Tentaciones las tenemos todos y a
cada paso. A veces las vemos venir, otras nos sorprenden como el ladrón. A
veces son declaradas, otras como lobos con piel de oveja. A veces las vencemos,
otras nos atrapan y nos hacen daño, tanto daño. Por eso Jesucristo nos enseñó a
pedir: "No nos dejes caer en tentación".
Cuestión
de vida o muerte
Las
tendencias desordenadas que llevamos dentro son agresivas y "son muerte;
mas las del espíritu, vida y paz" (Rom 8,6) Nos pasamos toda la vida en
guerra, guerra entre las tendencias del espíritu y las de la carne. "La
vida del hombre sobre la tierra es una milicia" (Job 7,1)
Nos
sirve para la ocasión la historia del viejo Cherokee en diálogo con su nieto:
Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla que
ocurre en el interior de las personas. Él dijo, "Hijo mío, la batalla es
entre dos lobos dentro de todos nosotros. Uno es malvado: es ira, envidia,
celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa,
resentimiento, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego. El
otro es bueno: es alegría, paz amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad,
benevolencia, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe." El nieto lo
meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo: "¿Qué lobo gana?"
El viejo Cherokee respondió: "Aquél al que tú alimentas."
¿Por
qué permite Dios las tentaciones?
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La tentación nos ayuda a recordar
que somos débiles y vulnerables, que tenemos una naturaleza
caída que exige vigilancia, una flaqueza que necesita del auxilio de la fuerza
de Dios. Nos recuerda que de
todo ello hemos de ser salvados y nos llena de gratitud y amor
hacia Jesús nuestro Redentor.
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El sufrimiento que trae la tentación es un
modo de reparar por nuestros pecados.
- La circunstancia de la tentación nos da la oportunidad para confirmarle a Dios nuestra opción por Él.
- La circunstancia de la tentación nos da la oportunidad para confirmarle a Dios nuestra opción por Él.
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La situación de ser tentados nos ayuda a conocernos
a nosotros mismos y a crecer en la virtud: "Quien no ha
pasado pruebas poco sabe, quien ha corrido mundo posee gran destreza."
(Eclesiástico 34,10) "El horno prueba las vasijas de alfarero, la prueba
del hombre está en su razonamiento." (Eclesiástico, 27,5) Dios, por misericordia,
quiere probarnos para instruirnos, dice San Agustín. Estos
momentos son útiles como prueba de nuestras fuerzas espirituales. Abraham fue
puesto a prueba, también Israel en el desierto. Cuando combatimos en la
tentación y ponemos nuestra fuerza en Jesús y no en nuestras falsas
seguridades, nos hacemos más fuertes y conquistamos la corona que Dios prometió
a los que lo aman. El
cristiano es un luchador, cuando deja de luchar se aleja de Dios.
La militancia es indispensable para conquistar la cumbre del ideal cristiano.La
tentación nos coloca en la verdad de nosotros mismos, y nos permite elevar los
ojos a Dios misericordioso, poniendo toda nuestra confianza en Él, el Dios que
no defrauda.
No
debemos exponernos a la tentación, pero tampoco debemos huir de la batalla.
En la batalla debemos resistir con toda firmeza. San Cirilo
de Jerusalén compara la tentación a un torrente difícil de atravesar. Algunos
no dejan que la tentación les trague y atraviesan el río; son nadadores
valientes y fuertes que no se dejan arrastrar por la corriente. Otros entran al
río y se ven arrastrados. Una cosa es quemarse, otra chamuscarse.
En
el Camino de Perfección, Santa Teresa explica que cuando un alma llega a la
perfección no pide más al Señor que le libre de las tentaciones, de las
persecuciones y las batallas. Más aún, desea el sufrimiento y lo pide al Señor,
como el soldado que busca las grandes batallas porque sabe que el botín será
generoso. Estas personas no temen a los enemigos declarados, se enfrentarán a
ellos y saldrán victoriosas con la fuerza de Dios. El enemigo al que temen y del
que piden al Señor que les proteja es al que se camufla, el
demonio que se presenta con cara de ángel luminoso y que no se declara sino
hasta después de haber vencido. Estos enemigos te hacen caer en tentación sin
que te des cuenta. Te seducen, te engañan, te atrapan y dañan gravemente tu
alma.
Santa
Teresa recomienda que en
la tentación, dediquemos más tiempo a la oración y supliquemos
la ayuda del Señor con humildad, pidiéndole que nos permita sacar bien del mal.
Cuando el Señor ve nuestro deseo de servirlo y darle gusto, será fiel y vendrá
en nuestro auxilio. El demonio, que es muy astuto, nos hace creer que tenemos
la virtud necesaria para afrontar las tentaciones. Es necesaria la humildad
para reconocer nuestras debilidades y pedir ayuda al Señor a base de oración y
vigilancia.
La postura de fondo debe ser una voluntad
firmemente determinada a no ofender a Dios y siempre buscar agradarlo. En la
tentación, aceptar que somos pobres y vulnerables; nunca la presunción de
sentirse fuerte y virtuoso, porque por allí se mete el demonio. "Velad y
orad, para no caer en tentación: el espíritu está pronto, pero la carne es
débil" (Mt 26,41)
¿Qué
pedimos a Dios en el Padre Nuestro?
Lo que pedimos a Dios no es que no seamos
tentados, sino que que no seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. "Y
fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes
bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito". (1 Cor
10,13)
Cuando
se te presenta la tentación, depende
de ti cómo la manejas en tu interior. No ves al demonio, pero
sientes tus pasiones y tienes que combatir para salir victorioso. Necesitamos la gracia de Dios
para salir triunfantes, por eso le decimos: no nos dejes caer
en tentación. Es decirle: ayúdame,
solo no puedo. Por eso, junto con la oración y la vigilancia,
nos fortalecemos cuando intensificamos nuestra vida sacramental. Es Dios, todo
vida y salud del alma, quien nos concede las fuerzas que necesitamos. La confesión y la comunión
frecuentes fortalecen nuestro organismo espiritual, algo así
como las vitaminas cuando estamos débiles y tememos agarrar un buen resfriado o
algo peor.
Con
esta petición suplicamos a Dios que el enemigo no pueda nada contra nosotros si
Él no lo permite. Como dijo Cristo a Pilato: "No tendrías ningún poder
sobre mí si no se te hubiera dado de lo alto" (Jn 19,11)
¡Padre Nuestro, te lo suplico, ¡no me dejes caer
en tentación!
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